
Traje Tradicional de Cabezabellosa
Homenaje al Traje Tradicional de Cabezabellosa
El traje tradicional de Cabezabellosa, municipio situado en la provincia de Cáceres en la comunidad autónoma de Extremadura, constituye un valioso testigo de la identidad local, las costumbres rurales y la historia de sus habitantes.
Conservado a través de fotografías, recuerdos y algunas piezas en colecciones familiares, este vestuario refleja la funcionalidad propia de la vida campesina, así como el cuidado estético y la simbología social que los vecinos y vecinas aplicaban en ocasiones señaladas: fiestas patronales, bodas, romerías y celebraciones importantes.
A continuación se ofrece un repaso detallado —histórico, material y estético— del traje tradicional de Cabezabellosa, con descripciones por separado del traje femenino y del traje masculino.
Como en muchas localidades extremeñas, el traje tradicional de Cabezabellosa surge de la confluencia de factores prácticos y culturales: la economía agraria, el clima continental (con inviernos fríos y veranos calurosos), la disponibilidad de tejidos y tintes locales, y la influencia de modas regionales que llegaban a través de mercados y ferias.
A finales del siglo XIX y durante buena parte del XX, estos elementos conformaron una vestimenta que distinguía la vida cotidiana —más sobria y funcional— de la indumentaria festiva, más rica en colores, bordados y complementos.
El traje también comunicaba información sobre edad, estado civil y posición social. Por ejemplo, ciertas piezas o colores podían reservarse para novias o mujeres casadas; el uso de mantos, chalecos o sombreros diferenciaba a jornaleros y labradores de quienes tenían una posición económica algo más holgada.
Asimismo, muchos elementos del traje poseían significados simbólicos heredados: el uso de la mantilla para la devoción, el abanico como complemento femenino de etiqueta, o las botonaduras y hebillas que mostraban el buen hacer en el trabajo del metal o el cuero.
Los tejidos que componen el traje tradicional de Cabezabellosa provienen, en gran medida, del entorno rural: lanas de oveja para prendas de abrigo (mantas, sayas, capas o capelina), lienzos y algodones para camisas y enaguas, y sedas o satines —cuando la economía lo permitía— para los elementos más vistosos en fiestas. Los tintes vegetales aportaban gamas de ocres, azules y tonos rojizos; más tarde, con la industrialización textil, llegaron colores más variados y telas de producción en serie.
Los bordados, cuando existían, solían realizarse a mano en los marcos familiares: motivos florales estilizados, pequeñas grecas geométricas o arabescos adaptados a la simplicidad de las puntadas rurales.
Todo con la técnica del picado o del recorte, que consistía en la superposición de paños y recortes para luego coser una sobre otra y que dá esa apariencia de bordados en tela con dibujos geométricos más o menos artísticos.
El calzado era generalmente de cuero: alpargatas y zapatos de piel para el trabajo, y botines o zapatos más elaborados para la ceremonia. Los complementos en metal —hebillas, broches, alfileres— y la bisutería con monedas o medallas religiosas completaban la indumentaria festiva.
El más conocido como «Traje de la Maestra» es una de las peculiaridades en la Indumentaria de la Región, ya que es uno de los pocos casos donde nos encontramos un manteo.
El manteo de Cabezabellosa es la falda de más o menos gala, realizada en PAÑO DE LANA, que tiene forma de Mandil abierto en la parte trasera y que no cruza del todo., siendo peculiar que no existen antiguos en otro color que no sea Rojo.
Normalmente ricamente adornado con picados y recortes aunque en los baúles y arcones no todos los que aparecieron estaban tan bordados.
Medias de hilo, no son características diferenciadoras las que las definen, pero sí que son de la elegancia y primor como el resto de medias de hilo que se dán en la Región Extremeña, caladas y dibujos son las características con las que se tejen.
La Camisa o Jubón de color negro y con telas negras adamascadas con más o menos brocados o dibujos siempre en el mismo color negro de la camisa, con puntilla en los puños pero sin adornos en cuello.
Capelina y Mantoncillo bordado en Richelié.
El mantoncillo blanco o Pañuelo es un pañuelo en hilo o Algodón de color blanco bordado con la técnica del Richelié que asoma por debajo de la Capelina.
La capelina también del mismo paño del Manteo, y también adornada con los picaos o recortes.
El traje Masculino de Cabezabellosa
Este traje de Cabezabellosa es una de las joyas de la Indumentaria Masculina en Extremadura.
Básicamente y las principales piezas diferenciadoras son el Pantalón o Calzón, de lana , que tiene un cierre en la cintura o cinturilla de las llamadas de Alzapón o Pañal.
El chaleco también realizado con Paño de Lana normalmente de Lana Merina, y con los mismos adornos y técnicas de recortes o picados que también lleva el Calzón o Pantalón.
La camisa de Lino con corte en el pecho y mangas elaboradas muy rigurosamente con fruncidos, pliegues, plisados y jaretas.
La parte baja de los pies y ligeramente por debajo aparecen unas polainas que permiten evitar rasguños, y que la función es evitar los daños de las ramas y arbustos de la dehesa., suelen ser más elaboradas o con materiales más lujosos como la piel y que suelen utilizarse más de gala.
No dejen de pasar por nuestra selección de Trajes Regionales
El traje femenino de Cabezabellosa
La indumentaria femenina de Cabezabellosa, especialmente en su versión festiva, combina modestia y ornamento. A continuación se describen sus principales piezas, organizadas desde las capas más próximas al cuerpo hasta los complementos exteriores.
Prendas interiores y base: camisón y enagua
La base del vestido tradicional era un camisón largo de lino o algodón blanco, de corte sencillo y con cuello discreto. Sobre el camisón, las mujeres llevaban una o varias enaguas; estas aportaban volumen a la falda y, en ocasiones, se decoraban con puntillas o pequeñas cenefas bordadas en el borde inferior. Las enaguas cumplían una función práctica (protección del vestido exterior y abrigo) y estética (dar forma a la falda).
La saya o falda
La falda —denominada localmente como saya— era una pieza clave. En la variante cotidiana solía ser de colores oscuros y lisos (gris, marrón, azul petróleo), confeccionada en lana o mezcla, con largo hasta la mitad de la pantorrilla o hasta el tobillo según la época y la costumbre. Para fiestas, la saya podía ser más amplia, con tablas o frunces, y confeccionada en tejidos más ricos o con estampados a pequeñas flores. El color y la textura marcaban la diferencia entre el día a día y la celebración.
El corpiño y el jubón
El corpiño —ajustado al torso— se combinaba con un jubón o chaleco corto, cerrado mediante botones o cordones. En las versiones festivas, el corpiño presentaba detalles bordados, apliques de encaje o tiras de terciopelo. Estos elementos enmarcaban la silueta femenina y servían como punto focal estético.
Mantón y refajos
El mantón o mantilla era un componente distintivo. En Cabezabellosa, así como en otras zonas de Extremadura, las mujeres podían llevar un mantón de lana en invierno o una mantilla de gasa o encaje en ceremonias religiosas. Los mantones grandes, a veces con flecos y bordados florales, se reservaban para las ocasiones más solemnes.
Los refajos —faldas adicionales, normalmente más cortas y colocadas sobre la saya— se empleaban en algunos pueblos como prenda decorativa. Estos refajos podían lucir bandas horizontales de colores o bordados sencillos, y servían para añadir colorido al conjunto.
Peinado y tocados
El peinado tradicional solía ser sobrio: el cabello recogido en moños o trenzas, muchas veces cubierto con pañuelos cuadrados doblados en triángulo y anudados bajo la barbilla o en la nuca. Estos pañuelos, de telas estampadas o lisas, cumplían también una función práctica: proteger el cabello del polvo y del trabajo en el campo.
En las ocasiones festivas, además del pañuelo, la mujer podía llevar peinetas, pequeños broches o incluso mantillas más elaboradas que enmarcaban el rostro, especialmente durante actos religiosos.
Complementos: delantal, joyería y calzado
El delantal, aunque práctico para proteger la saya, también adquiría valor estético. Los delantales de gala podían llevar bordados o encajes en el borde, mientras que los utilizados a diario eran más sobrios y en tejidos resistentes.
La joyería tradicional incluía collares, broches y pendientes, a menudo con monedas antiguas o medallas religiosas que se colgaban del pecho. Estos elementos no solo servían de adorno, sino que también podían funcionar como pequeñas reservas económicas o recuerdos familiares.
En cuanto al calzado, las mujeres utilizaban alpargatas o zapatos bajos para la jornada laboral; para fiestas preferían zapatos cerrados, a veces con hebillas de metal pulido.
Color y simbolismo en el traje femenino
El color tenía un papel expresivo: los tonos oscuros transmitían sobriedad y funcionalidad, mientras que las franjas, bordados o detalles en rojo, verde o azul indicaban festividad. El uso de la mantilla, la presencia de bordados y el mayor número de accesorios eran señales inequívocas de que se trataba de una indumentaria para ceremonia.
El traje masculino de Cabezabellosa
El traje tradicional masculino de Cabezabellosa, como en otras localidades extremeñas, combina sencillez y robustez, adecuado al trabajo del campo pero con variantes más formales para eventos sociales. A continuación se describen las prendas y complementos más relevantes.
Prenda base: camisa y calzones
La camisa, generalmente de lino o algodón blanco, era de corte ancho y con cuello sencillo. Los calzones —pantalones cortos o hasta la rodilla en épocas anteriores— se fueron alargando con el tiempo hasta convertirse en pantalones largos. En el entorno rural, la elección del tejido se regía por la resistencia y la facilidad de reparación.
Chaleco, faja y cinturón
El chaleco (o jubón masculino) era una prenda habitual, cerrada al frente con botones. Servía para aportar calor y presentaba a veces forros o detalles interiores más finos en las versiones de fiesta. La faja —cinturón de tela ancha— era un elemento práctico y ornamental; se enrollaba alrededor de la cintura y podía ser de colores vivos (rojo, azul) para realzar el conjunto en celebraciones.
El cinturón de cuero con hebilla metálica servía tanto para sujetar herramientas como para rematar la estética masculina.
El sombrero y la boina
El sombrero de ala ancha o la boina (txapela) eran habituales en la indumentaria exterior. El tipo de gorro podía indicar la zona y la influencia cultural; la boina, extensa en muchas regiones españolas, ofrecía comodidad y protección. Para ocasiones especiales se reservaban sombreros más estructurados o con adornos sencillos.
El abrigo y la capa
Para el frío, los hombres vestían capas o abrigos de lana, largos y de corte sobrio. La capa, con su caída amplia, protegía de la lluvia y del viento, además de aportar presencia y distinción cuando era de mejor factura. En fiestas, las capas podían estar mejor acabadas y alineadas con los códigos formales de la época.
Calzado y complementos
El calzado masculino tradicional incluía alpargatas para el trabajo diario y botas o zapatos de cuero para las celebraciones. Las hebillas de metal, las botas con caña media y los polainas en épocas más antiguas completaban el atuendo.
Los hombres añadían relojes de bolsillo, cadenas y, en algunos casos, medallas religiosas o lazos distintivos en solapas para eventos civiles. Herramientas de trabajo (navajas, llaves) podían colgar del cinturón, integrándose en la fisonomía masculina.
Videos de Canal Extremadura sobre el Traje Tradicional de Cabezabellosa
Color y simbología en el traje masculino
Predominan los tonos sobrios: negro, gris, marrón y azul oscuro. Los toques de color solían limitarse a la faja o al pañuelo del cuello, que podían ser signos de celebración o de pertenencia a un grupo local.
Variaciones, mezclas y la evolución del traje de Cabezabellosa
Como sucede con la mayoría de trajes tradicionales, el de Cabezabellosa no fue estático. La llegada de tejidos manufacturados, la emigración y las modas urbanas transformaron paulatinamente la indumentaria local. Muchas familias conservaron piezas antiguas para ocasiones especiales, mientras que la vestimenta cotidiana se adaptó a la modernidad. Las mezclas de elementos —por ejemplo, faldas más cortas con blusas de tela industrial o el uso de zapatos modernizados con mantones tradicionales— muestran la plasticidad de la tradición.
Además, la recuperación del traje para festejos locales en las últimas décadas ha permitido que jóvenes y asociaciones culturales recuperen piezas y técnicas artesanales, reinterpretándolas a veces con criterios estéticos contemporáneos sin perder el respeto por los motivos originales.
No dejéis de pasar por el Museo Pérez Enciso en Plasencia donde podréis admirar algunos ejemplos de Trajes Antiguos de Cabezabellosa.

La riqueza de la indumentaria tradicional extremeña
La indumentaria tradicional extremeña constituye uno de los patrimonios culturales más valiosos y expresivos de la región. Más que simples vestimentas, estos trajes son el reflejo de una sociedad agraria, profundamente arraigada a su tierra, a su clima y a sus costumbres. Cada pieza, color y adorno guarda una historia que habla de identidad, de adaptación al medio, de orgullo local y de creatividad artesanal. A través de los siglos, la indumentaria ha acompañado los grandes momentos de la vida —el trabajo, las fiestas, las bodas, las devociones religiosas—, sirviendo como símbolo visible de la cultura extremeña.
Orígenes y evolución histórica
El origen de la indumentaria tradicional extremeña se remonta a los siglos XVIII y XIX, aunque sus raíces son mucho más antiguas. En una región caracterizada por la economía rural y el aislamiento de muchos de sus pueblos, la vestimenta se adaptó al ritmo de la naturaleza y a las labores del campo. Los tejidos se elaboraban con materias primas locales —lana, lino, algodón— y las prendas cumplían una función doble: proteger del clima y expresar la identidad del grupo.
Durante el siglo XIX, el traje tradicional alcanzó su madurez estética. Las familias más humildes lo confeccionaban con sus propios recursos, mientras que los artesanos locales —sastres, bordadoras, tejedores y zapateros— aportaban su pericia técnica a las prendas de gala o de ceremonia. En los pueblos extremeños, la indumentaria también cumplía un papel social: diferenciaba a hombres y mujeres, a solteras y casadas, a jornaleros y propietarios.
El proceso de industrialización y la emigración rural del siglo XX redujeron el uso cotidiano de estos trajes, pero al mismo tiempo los elevaron al rango de símbolos culturales. Desde entonces, la recuperación de la indumentaria tradicional ha sido una forma de preservar la memoria colectiva y reforzar el sentido de pertenencia.
Materiales y técnicas artesanales
La riqueza de la indumentaria extremeña radica en la diversidad de sus materiales y en la maestría artesanal de su confección. Las fibras naturales eran la base: la lana procedía de los rebaños de ovejas que pastaban por la dehesa; el lino y el algodón se utilizaban para las camisas y enaguas, por su frescura y ligereza. En los trajes de fiesta o de gala se introducían tejidos más finos como el terciopelo, la seda o el raso, obtenidos a través del comercio o el intercambio.
Los bordados constituyen uno de los elementos más característicos. Cada comarca desarrolló sus propios motivos y estilos: flores, ramas, espigas, geometrías, estrellas o corazones, que se realizaban con hilos de colores o metálicos. Las bordadoras extremeñas transformaron las prendas sencillas en auténticas obras de arte textil, llenas de simbolismo y belleza. En los pueblos donde existían talleres o conventos, el bordado alcanzó un nivel técnico de gran refinamiento.
El color también desempeñaba un papel fundamental. Los tintes naturales —extraídos del añil, la cochinilla, el nogal o el azafrán— ofrecían una paleta rica y armoniosa. Los tonos oscuros, como el negro, el marrón o el azul marino, predominaban en las prendas de trabajo y luto; mientras que los rojos, verdes, amarillos y azules vivos se reservaban para las fiestas, expresando alegría y vitalidad.
Materiales y técnicas artesanales
La riqueza de la indumentaria extremeña radica en la diversidad de sus materiales y en la maestría artesanal de su confección. Las fibras naturales eran la base: la lana procedía de los rebaños de ovejas que pastaban por la dehesa; el lino y el algodón se utilizaban para las camisas y enaguas, por su frescura y ligereza. En los trajes de fiesta o de gala se introducían tejidos más finos como el terciopelo, la seda o el raso, obtenidos a través del comercio o el intercambio.
Los bordados constituyen uno de los elementos más característicos. Cada comarca desarrolló sus propios motivos y estilos: flores, ramas, espigas, geometrías, estrellas o corazones, que se realizaban con hilos de colores o metálicos. Las bordadoras extremeñas transformaron las prendas sencillas en auténticas obras de arte textil, llenas de simbolismo y belleza. En los pueblos donde existían talleres o conventos, el bordado alcanzó un nivel técnico de gran refinamiento.
El color también desempeñaba un papel fundamental. Los tintes naturales —extraídos del añil, la cochinilla, el nogal o el azafrán— ofrecían una paleta rica y armoniosa. Los tonos oscuros, como el negro, el marrón o el azul marino, predominaban en las prendas de trabajo y luto; mientras que los rojos, verdes, amarillos y azules vivos se reservaban para las fiestas, expresando alegría y vitalidad.
La indumentaria femenina: elegancia y simbolismo
La mujer extremeña encontraba en su traje tradicional una forma de expresión personal y comunitaria. Cada prenda se elaboraba con esmero, y muchas veces era fruto de años de trabajo o de regalos familiares transmitidos entre generaciones.
El conjunto femenino solía comenzar con una camisa blanca, de lino o algodón, decorada con encajes o puntillas en cuello y mangas. Sobre ella se vestía el corpiño o jubón, ajustado al cuerpo y adornado con bordados o cintas de colores. La saya o falda era amplia y plisada, confeccionada en lana o paño; en los trajes de gala se añadían uno o varios refajos superpuestos, que aportaban volumen y vistosidad.
Uno de los elementos más representativos era el mantón, prenda versátil que cubría los hombros y aportaba color y elegancia. Los mantones bordados, con motivos florales y largos flecos, eran símbolos de distinción y se lucían en bodas, romerías y festividades religiosas. En algunos lugares, como Montehermoso, el mantón se combinaba con un singular sombrero multicolor, convertido hoy en icono del folclore extremeño.
El delantal o “mandil” podía ser tanto funcional como decorativo. En el ámbito doméstico se usaban tejidos sencillos, mientras que los delantales de fiesta se adornaban con puntillas, encajes y bordados que realzaban la indumentaria. En cuanto al calzado, las mujeres llevaban alpargatas de esparto o zapatos de piel con hebillas metálicas en las ocasiones especiales.
El peinado tradicional consistía en moños bajos o trenzas, cubiertos por pañuelos o mantillas. En las festividades religiosas, la mujer podía lucir joyas familiares, collares de coral, cruces, medallas o relicarios. Cada detalle hablaba de la devoción, la posición social o la ocasión festiva.
La indumentaria masculina: sobriedad y funcionalidad
El traje masculino extremeño, aunque más austero, encierra también una gran riqueza simbólica y práctica. Su diseño refleja la vida del hombre del campo, su relación con la tierra y su sentido de dignidad.
La camisa blanca de lino o algodón, amplia y de cuello redondo, constituía la base del atuendo. Sobre ella se colocaba el chaleco o jubón masculino, generalmente de paño oscuro, cerrado con botones metálicos o de madera. Los calzones o pantalones, de pana o lana, eran resistentes y se ajustaban a la cintura con una faja ancha de color rojo, azul o negro, que además de sujetar servía como adorno.
El sombrero de ala ancha o la boina eran complementos esenciales para protegerse del sol y del frío. En las zonas más montañosas, los hombres usaban capa larga de lana, que confería un porte solemne. Para el trabajo se preferían alpargatas o botas de cuero; en los días festivos, zapatos con hebillas o polainas.
A diferencia del traje femenino, el masculino destacaba por su sobriedad. Sin embargo, los detalles —la faja, el pañuelo al cuello o la botonadura— aportaban un toque de elegancia y orgullo personal.
Diversidad comarcal y riqueza simbólica
Una de las mayores riquezas de la indumentaria extremeña radica en su diversidad comarcal. Cada zona ha desarrollado un estilo propio que refleja su historia, su entorno y sus influencias culturales.
- En Montehermoso (Cáceres), destaca el colorido sombrero adornado con cintas, el mantón bordado y las faldas multicolores.
- En La Vera, las mujeres lucen mantones de flores y refajos con bordados delicados.
- En Las Hurdes, las prendas son más sobrias, realizadas en lana oscura, adaptadas al clima de la sierra.
- En La Serena y Tierra de Barros, predominan las sayas amplias y los chalecos de paño.
- En Olivenza, la influencia portuguesa se aprecia en los encajes finos y en la elegancia de las telas.
Estas diferencias, lejos de fragmentar la identidad extremeña, la enriquecen y confirman su carácter plural.
Patrimonio vivo y símbolo de identidad
En la actualidad, los trajes tradicionales ya no se usan en la vida diaria, pero su presencia en fiestas, romerías y festivales folclóricos mantiene viva la tradición. Asociaciones culturales, grupos de danza y ayuntamientos trabajan activamente para recuperar las técnicas de confección y transmitirlas a las nuevas generaciones.
Eventos como el Día de Extremadura, las Ferias de San Jorge o las Romerías de la Virgen de Guadalupe son escenarios donde la indumentaria tradicional se convierte en emblema de orgullo y pertenencia. Asimismo, los museos etnográficos y las escuelas de bordado preservan este legado como parte fundamental del patrimonio inmaterial de la región.
La indumentaria tradicional extremeña no es solo un vestigio del pasado, sino una manifestación viva de la identidad de un pueblo. Su riqueza reside en la armonía entre funcionalidad y belleza, en el equilibrio entre sencillez y ornamento, y en el profundo simbolismo que cada prenda encierra.
Conservar y difundir estos trajes significa mantener el hilo que une a las generaciones y reconocer el valor de la artesanía, la creatividad y el sentimiento de comunidad. Extremadura, a través de su indumentaria, nos ofrece un espejo donde se refleja su historia, su diversidad y su orgullo cultural.
Trajes de Cabezabellosa Trajes de Cabezabellosa Trajes de Cabezabellosa Trajes de Cabezabellosa Trajes

